A lo largo de su vida, el ser humano atraviesa momentos especiales que van marcando un cambio, una nueva forma de relacionarse con el mundo. Estas transiciones muchas veces son conocidas como “crisis” por la problemática que representan.
Los primeros tres años de la vida de un niño no están exentos de estas “crisis de desarrollo”, que indican la adquisición de nuevas habilidades, pero también el surgimiento de nuevas necesidades. Por lo tanto es muy importante que el adulto esté atento para poder facilitar y ayudar al niño en la transición de una etapa evolutiva a otra.
La Dra. Quattrocchi Montanaro menciona en su libro “Un ser humano” las tres crisis en niños que se presentan de los 0 a los 3 años:
La crisis del nacimiento
La primera de las crisis en niños es la “crisis del nacimiento”, en donde el ser humano deja un ambiente estable que le otorgaba todos los elementos necesarios para su desarrollo. Al nacer, el niño transita a un ambiente totalmente nuevo y desconocido en el que deberá realizar las funcionas básicas como respirar y alimentarse, para garantizar su supervivencia.
¿Cómo podemos ayudar al niño en esta crisis?
La ayuda de la madre (o un adulto preparado) es de suma importancia, al proveer el alimento y los cuidados necesarios, además de responder a las necesidades psíquicas estableciendo un vínculo emocional con el niño que le de seguridad y le ayude a adaptarse y desarrollar confianza en el nuevo ambiente.
La crisis de la ablactación
La siguiente “crisis” es el destete o el inicio de la ablactación. Al empezar a ingerir alimentos diferentes a la leche materna, se da una nueva forma de relacionarse con el ambiente. Esta transición parte de los cambios fisiológicos en el organismo del niño, es decir, la segregación de ácidos estomacales que le ayudarán a digerir los alimentos sólidos y la aparición de los primeros dientes.
Además de esta nueva forma de alimentarse, el niño desarrolla destrezas motoras, como la capacidad de gatear que le permitirá alejarse de la madre por momentos para poder explorar el ambiente.
Es indispensable que en este momento el niño tenga libertad de movimiento, la seguridad de que podrá regresar a los brazos de su madre cada vez que lo necesite le alentará a continuar explorando con confianza. Esta nueva forma de relacionarse con la madre y con el ambiente fomenta el desarrollo individual y le encamina hacia la autonomía.
En esta etapa debemos permitir al niño que se alimente por sí mismo sin intervenir para llevarle los alimentos a la boca, la experiencia que obtiene al tomar los alimentos con su mano para degustarlos facilita la identificación de diferentes sabores y texturas, además favorece el desarrollo de la coordinación fina. El niño podrá entonces integrarse a las comidas familiares, ya no solo será el y la madre, sino que comenzará a participar en la dinámica familiar.
La crisis de la oposición
Uno de los comportamientos que más inquieta a los padres se manifiesta alrededor de los dos años, la llamada crisis de oposición. De un día a otro el niño deja de ser alegre y tranquilo, responde de manera negativa ante cualquier petición y muchas veces la situación se agrava hasta convertirse en una rabieta.
¿Qué está pasando?
El niño empieza a tener consciencia de sí mismo, en su vocabulario aparece la palabra “yo”, lo que significa un momento importante en la construcción de su personalidad.
Al mismo tiempo, utiliza constantemente el “no” para reforzar su individualidad, no tanto porque esté en desacuerdo con lo que propone el adulto.
Algunas ayudas que podemos ofrecer:
- Conocer la etapa del desarrollo por la que está atravesando el niño
- Reconocer la importancia del orden en relación a la ubicación de los objetos y las rutinas que proporcionen seguridad y calma.
- Anticiparse a las diferentes situaciones que puedan provocar una crisis.
- Invitarlos a colaborar en tareas sencillas de la casa, que le permita sentirse que pertenece a la familia y que además fomenten su autonomía.
- Recordar que se está reafirmando como persona, por lo que necesita ser reconocido y tomado en cuenta. Es importante cambiar la forma en la que nos comunicamos con él, tomándolo en cuenta al darle opciones o dejándolo tomar pequeñas decisiones, por ejemplo: ¿te quieres poner la camiseta azul o la verde? ¿quieres manzana o uvas?
- Respetar y validar sus emociones, y ayudarlo a identificarlas y expresarlas por medio de palabras.
Si el adulto identifica los momentos críticos y responde de manera adecuada, se logrará una convivencia armónica.
Esther Vargas
Departamento Pedagógico
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