“ Es necesario que nos enseñen y que nos dejemos guiar. Hemos de ser educados si queremos educar”
María Montessori
Siempre he creído y estoy convencida de ello que acoger la pedagogía Montessori, es acoger una filosofía de vida. Por ello, no basta solo con conocer a fondo los contenidos expuestos por la Dra. Montessori, sino en hacerlos parte de nuestra vida: estos deben causar un impacto tan hondo que debe cambiar nuestro modo de ver al niño como adultos y de relacionarnos con él. Y si esto no sucede así, no podremos decir que hemos adoptado verdaderamente esta nueva forma de vida.
El carácter del adulto
Sabemos que el adulto inspira las acciones infantiles, por lo que debemos ser como un libro abierto en el que el niño encuentre las directrices de sus propias acciones y movimientos.
Al observar al adulto, el niño aprende todo lo necesario para actuar. La primera relación que el niño entabla es con sus padres, la segunda con su guía; por lo tanto es necesario que el adulto/guía siempre tenga calma, que sus movimientos sean lentos y que se muestren de forma siempre clara en todos sus detalles al niño que observa, ya que
“La calma, los movimientos lentos y mesurados y la actitud reflexiva, son las características del niño normal”(1).
El método Montessori cuenta con tres grandes pilares: el ambiente adecuado, el maestro humilde y los materiales científicos.
Respecto al adulto, la Dra. Montessori esboza lo que debe ser el carácter de ese guía, diciéndonos lo siguiente: una condición esencial es el carácter del adulto, lo cual implica un estado de “calma intelectual”, un educador debe ser sosegado, y esto implica no solo sosiego y serenidad de carácter, se trata de un sosiego más profundo “…un estado de vacío, o mejor, de descarga mental que produce limpidez interior, un desprendimiento de toda relación intelectual”(2). Esto es lo que la Dra. llama “humildad espiritual” la cual prepara al adulto en Montessori para comprender al niño. Aquí radica la preparación espiritual del guía la cual implica desprendernos del halo de intelectualidad que sólo consigue abrir un brecha y nos coloca en un estado de superioridad frente al niño al hacernos sentir sabedores de todo el conocimiento.
Enseñar enseñando
Es importante entonces que el guía no solo se procure una formación académica sobre la filosofía Montessori, debe también ante todo crearse una disposición de orden moral y para esto será necesario prepararse interiormente al hacer un análisis de sí mismo de forma constante y metódica, con la finalidad de suprimir los defectos intrínsecos a su personalidad que pudieran representar un obstáculo al relacionarse con los niños.
El guía necesitará entonces del autoanálisis y de una instrucción que le permita descubrir sus defectos
La Dra. Montessori nos dice al respecto que “la instrucción que facilitamos a los maestros, consiste en indicarles el estado de ánimo más conveniente a su misión”(3), la paciencia, la humildad y la caridad entendida como la expresión más noble de un amor respetuoso.
La Doctora nos da la clave en el trato con los niños al decirnos que debemos suprimir nuestro estado interior, nuestra actitud de adultos, pues esto nos impide comprender verdaderamente al niño, esto implica estar alerta de nuestras emociones, y desarrollar el autocontrol y la madurez para mantener una actitud digna y calmada. Una de las frases de María Montessori nos dice que debemos “Enseñar enseñando, no corrigiendo”, ahí radica nuestra gran tarea.
Los defectos del carácter del adulto
Los dos grandes defectos del carácter del adulto son la cólera y el orgullo.
La cólera es una de las reacciones exteriores que al ser expresada produce una fuerte impresión negativa en el niño, los efectos producidos sobre el alma infantil que no comprende la injusticia, pero que siente en su espíritu la opresión, lo llevan a manifestar: timidez, lloros sin causa aparente, insomnio, miedo excesivo, caprichos y la aparición de las mentiras.
La cólera y el orgullo son productos del ego, estos generan expectativas entorno al niño y a lo que éste debe ser, como adultos debemos suprimirlos y en su lugar mostrar un interés genuino por el niño, caracterizado por un trato apacible y sin ninguna violencia, debemos frenar nuestro autoritarismo y permitir las manifestaciones de los niños, ya que es importante que recordemos que estas acciones tienen un impacto que trasciende y que terminara afectando al adulto en el que se convertirá.
El adulto que desea trabajar con el niño debe cultivar un estado de armonía interior que le lleve una preparación espiritual, caracterizada por una serie de cualidades personales, entre las que destaca: la humildad, la paciencia, la calma y la caridad.
- La humildad supone reconocer que el niño es el protagonista de su propio aprendizaje; por lo tanto, el adulto en Montessori no enseña, sino que facilita el camino.
- La paciencia implica tener la certeza de que, tarde o temprano, el niño mostrará su verdadera naturaleza, al estar en un ambiente que responde a sus necesidades y que estimulan sus intereses
- La caridad de la que hemos hablado como una expresión respetuosa del amor, no se manifiesta a través del contacto físico, sino de hacer sentir al niño que el adulto está ahí, acompañándolo y apreciando su individualidad.
Ana Lucía Hermida
Departamento Pedagógico
Notas
(1) María Montessori, “El niño” Pág. 153 Diana, México 1996
(2) Ídem, Pág. 219
(3) Ídem, Pág. 234
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